lunes, 14 de noviembre de 2011

 Alguna vez escribí esto:
"Estimadisimo Sr, he decidido en un rapto autoritario de mi conducta que la mejor forma de comunicación entre nosotros tiene que ser el e-mail. Me baso en los siguientes argumentos: mi falta de paciencia con los servicios de mensajería instantánea y mi necesidad, si se quiere, de no perder el contacto con una persona tan interesante. Por lo demás, quiero decirle que hoy note su falta al no encontrar otro ser humano capaz de rebatir mis críticas con otras peores. Cosa que me pareció demasiado aburrida, considerando mi tan característico gusto por generar controversia todo el tiempo. Sin embargo debo hacerle una confesión, creo que pelearlo últimamente se ha vuelto excitante e inspirador y no veo la hora  de poder generar uno de estos debates en otros ámbitos que me permitan un contacto directo y tangible con su persona. Espero que esta confesión no lo abrume y solo sea vista como un claro ejemplo de apertura de mi persona hacía usted. Se ha ganado mi confianza y es algo que no suelo dar a menudo, sepa usted resguardarla como un tesoro. Sin más deseo que saber su actual estado, me despido con un beso y un abrazo, por ahora virtual, pero pausibles de ser realizados en el mundo de la tangibilidad."
Y me respondieron esto:
"                                                                                                                                        "

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