miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los viejos vinagres - Sumo


Dale, dale con el look,
pero no te mires como captain cook. 
Dale, dale con el look, 
pero no te mires como captain cook. 
¡Para vos lo peor es la libertad!
¡Para vos lo peor es la libertad!
¡Estoy rodeado de viejos vinagres, todo alrededor! 
¡Estoy rodeado de viejos vinagres. todo alrededor!
No te olvides de posar
en la disco o en el bar.
No te olvides de posar
en la disco o en el bar. 
¡Para vos lo peor es resbalar!
¡Para vos lo peor es resbalar! 
¡Estoy rodeado de viejos vinagres, todo alrededor! 
¡Estoy rodeado de viejos vinagres. todo alrededor! 
¡Juventud, divino, tesoro! 
¡Juventud, divino, tesoro!



Por eso no puedo - Edu Schmidt



¡Ay, qué buena está la vida!,
lástima que todo algún día se termina,
y yo que nunca tengo tiempo para nada
no pienso con mi vida andar gastando en las pavadas.
Todo el tiempo peleando pa' llegar a fin de mes,
estás lamiéndole las bolas al que te da de comer,
y no podés o no querés ni darte cuenta
de que la vida algún día se termina.
Y lo que hay es lo que ves:
canto canciones para poder comer.
Y lo que ves es lo que hay:
si no te gusta, cambiá de canal.
Porque la gente se divierte cuando viene a los shows,
desconecta su cabeza y piensa con el corazón;
porque la vida es una sola y se te puede acabar,
ideas y sonidos que te la hagan disfrutar.
Un poco más, un poco más de acción,
un poco más de diversión no viene mal de vez en cuando,
terminar con la rutina y mandarlos a la concha de su tía...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...
La gente necesita un policía en cada esquina
que le diga lo que puede hacer o no.
Si comés, engordás; si callás, te jodés; si gritás, nadie te da pelota;
si pensás diferente y decís lo que pensás, alguien te va a cortar las pelotas...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...
Por eso no puedo dejar de querer hacer lo que no puedo...






*Cuando estoy triste, escucho ésta canción. 
Me pone bien saber que pasan los años 
y aun me sigue gustando 
como el primer día. 



lunes, 28 de noviembre de 2011

"Pero quien pudo codificar el amor con mayor claridad fue Roland Barthes en su texto Fragmentos de un discurso amoroso (Paídos 1982/2010), donde indagó lo amoroso a partir de recurrir al discurso del sujeto enamorado. (...) las historias de amor, a diferencia de las "figuras", son en realidad conjuros sociales contra el desorden amoroso, son formas que se rescatan de la cultura (¿escrita?) para explicar, de forma ordenada, la experiencia emotiva del amor. La "figuras" son los trozos caprichosos del discurso amoroso, "un vuelo de mosquitos". Dichas "figuras" pertenecen a un código cultural de lo amoroso. La "figura" pertenece al ámbito de lo privado, de forma tal que puede ser un espacio  "a medias codificado y a medias proyectivo".
La carta de amor, por ejemplo, muestra la dialéctica particular de la carta a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de deseo por significar). La "figura" puede ser una palabra, una frase o un refrán, a condición que nos ea un mensaje terminado, un sintagma acabado, hecho para consumir. Esta reserva cultural de figuras que posee el sujeto cumple su cometido cuando el enamorado tiene necesidad de construir un discurso de amor. Somo si de "una enciclopedia de la cultura afectiva" se tratase, el enamorado pone nombres a su historia particular de un catálogo cultural que posee, para anclarse con las palabras y no perderse en el otro, o para volverse a encontrar.
(...) Para Barthes, el amor pone en juego el vínculo antiguo del sujeto con su madre, el recuerdo de cuando parecían existir ambos como un solo cuerpo. El hombre está condenado a vivir siempre anhelando volver a encontrar ese estado de fusión definitiva que ha perdido inevitablemente y para siempre. El miedo que acecha al enamorado es doble. por un lado, llegar a encontrar de nuevo aquella plenitud completa y, como en la infancia, volverla a perder, y lo que quizá sea aún más aterrador, llegar a encontrar la unidad perfecta y por lo mismo fisionarse en el otro, suprimirse y suprimirlo, perder su propia identidad, sus límites y sus contornos. En ese sentido, el amor sitúa al enamorado de nuevo ante la posible reaparición del estado completo que anhela, de la unión total con el objeto amado y, por consecuencia, lo enfrenta al límite del terror que provoca la posible desaparición de su propia identidad.
El sujeto enamorado está dispuesto a volverse loco, a negar la alteridad del otro, a hacerse uno con el ser amado. El amor es entonces el juego entre la plenitud y la muerte que eso implica. La pareja de enamorados titubea entre el retorno infantil de la relación madre_hijo y la experiencia adulta. en la genialidad se da por unos instantes la ilusión de la unión total con el ser amado y se toca la muerte. En Fragmentos... surgen figuras como: "angustia", "estoy loco", "caigo" o "en la calma tierna de tus brazos", que ponen palabras a estos sentimientos. En una palabra: el sujeto enamorado ama el amor. Cree encontrar el objeto de su deseo y le entrega su total devoción. Cuando la imagen que el enamorado se ha hecho de su objeto de amor contradice ese acomodo total se busca, tiende s restituirse la adecuación a su deseo aunque "anula el objeto amado bajo el peso del amor mismo".
"Vego a ofrecer mi corazón". El corazón, no el estomago, que supuestamente se atacado por mariposas en el instante del enamoramiento. El corazón. "Esta palabra vale para toda clase de movimientos y deseos... (y) se construye en objeto de donación" (Barthes, p. 78). El flechazo, el corazón raptado, capturado, espinado, conquistado por el objeto amado. El enamorado que se debate entre el exceso de amor y perderse en la locura encuentra que el lenguaje en la etapa de plenitud es innecesario e imposible; en un segundo momento es posible y acaso necesario, para que aflore un poco de realidad. Aunque la realidad, probablemente, poco tenga que ver con el amor."










 Christian Kupchik, 
en Con la luz de lo inesperado, 
Revista Quid Nº36 
(Octubre/Noviembre de 2011)




Con la misma Tijera - Vicente Fernández


Por la forma en que te andas portando
 se que no andas a gusto conmigo.

Yo deseo que me digas de plano
qué papel desempeño contigo.
Si tanteas que te estoy estorbando
yo me largo y no hay nada perdido.

No eres tu mi primer desengaño
conocí a otras que así me la hicieron.

Pero ya siento menos el daño,
se le vuelve a uno el alma de fierro.
Nada más unos días las extraño
y después ni del nombre me acuerdo.

Yo contigo soñada unas cosas
y estaba seguro que tu eras mi estrella.
Pero vales igual que las otras,
las tiene cortadas la misma tijera.

Yo te olvido sin llanto y sin copas
y jamas voy a andarte buscando.

Ya he bebido y llorado por otras.
Pero a todo me fui acostumbrado.
Este mundo esta lleno de rosas,
si te pierdo hasta salgo ganando.

Yo contigo soñada unas cosas
y estaba seguro que tu eras mi estrella.
Pero vales igual que las otras,
Las tiene cortadas la misma tijera.





"Yo no se porqué borracho te recuerdo si en mi juicio nunca vives. En mi mente puede ser, que allá en el fondo, no muy hondo, solo viva pa' quererte"


Vicente Fernández  

Cartas Marcadas - Pedro Infante


Por todas las ofensas que me has hecho,
a cambio del dolor que me quedó.
Por las horas inmensas del recuerdo,
te quiero dedicar esta canción.

Cantando no hay reproche que no duela,
se puede bendecir o maldecir.
Con música la luna se desvela,
al sol se le hace tarde pa' salir.

Ya no quiero tu amor, ya no te espero.
Ya quiero sonreír, quiero vivir.
Si vamos a gozar, yo soy primero.
Al son que yo les toque han de bailar.

Pa' de hoy en adelante yo soy malo.
Solo cartas marcadas has de ver.
Y tú vas a saber que siempre gano.
No vuelvas, que hasta a ti te haré perder.




miércoles, 16 de noviembre de 2011

Pequeñas historias callejeras. Vol. 1

Hoy en el colectivo, un wachiturro golpeó fuerte una ventana. Con mi amiga lo miramos y nos mostró su celular.
¿ Vos que harías, si recibís un mensaje como este?, dijo mientras se lamentaba en voz alta. ¿Me tengo que tirar del colectivo?, siguió.
¡Vas a ser papá!, gritó su amigo desde el fondo.
— ¡Ya lo soy! Mirá, acá tengo la ropita de mi otra nena. Nos contó mientras abría una bolsita, que llevaba colgando del brazo.
¿Qué tengo qué hacer?, dijo, mirando a la nada, el futuro padre.
 Por lo pronto hacerte cargo de lo que hacés, le contestó mi amiga.
Me hago cargo, soy un buen padre.
No tendría más de 19 años.

martes, 15 de noviembre de 2011

" Soy esa puta que conociste en un bar y le recitaste a Benedetti al oído"
Carla


Introducción del Manual de instrucciones - Julio Córtazar


    "La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrise paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañan topar con el paralepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero «Hotel de Belguique».
    Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal.  Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano.  Hasta luego, querida.  Que te vaya bien.
    Apretar una cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa.  Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria.  Tanto más simple aceptar la fácil solicitud de la cuchara, emplearla para remover el café.
    Y no que esté mal si las cosas nos encuentran otra vez cada día y son las mismas.  Que a nuestro lado haya la misma mujer, el mismo reloj, y que la novela abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal?  Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza, del centro del ladrillo de cristal empujar hacia afuera, hacia lo otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan cerca del toro.  Castigarse los ojos mirando eso que anda por el cielo y acepta taimadamente su nombre de nube, su réplica catalogada en la memoria.  No creas que el teléfono va a darte los numeros que buscas.  ¿Por qué te los daría?  Solamente vendrá lo que tienes preparado y resuelto, el triste reflejo de tu esperanza, ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío.  Rómpele la cabeza a ese mono, corre desde el centro de la pared y ábrete paso.  ¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba!  Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes.  Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el ladrillo de cristal.  Y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz y late como un fuego ceniciento, mírala, yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado, no todo está perdido.  Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina."

No sé, me importa un pito que las mujeres... - Oliverio Girondo



No sé, me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando




lunes, 14 de noviembre de 2011

 Alguna vez escribí esto:
"Estimadisimo Sr, he decidido en un rapto autoritario de mi conducta que la mejor forma de comunicación entre nosotros tiene que ser el e-mail. Me baso en los siguientes argumentos: mi falta de paciencia con los servicios de mensajería instantánea y mi necesidad, si se quiere, de no perder el contacto con una persona tan interesante. Por lo demás, quiero decirle que hoy note su falta al no encontrar otro ser humano capaz de rebatir mis críticas con otras peores. Cosa que me pareció demasiado aburrida, considerando mi tan característico gusto por generar controversia todo el tiempo. Sin embargo debo hacerle una confesión, creo que pelearlo últimamente se ha vuelto excitante e inspirador y no veo la hora  de poder generar uno de estos debates en otros ámbitos que me permitan un contacto directo y tangible con su persona. Espero que esta confesión no lo abrume y solo sea vista como un claro ejemplo de apertura de mi persona hacía usted. Se ha ganado mi confianza y es algo que no suelo dar a menudo, sepa usted resguardarla como un tesoro. Sin más deseo que saber su actual estado, me despido con un beso y un abrazo, por ahora virtual, pero pausibles de ser realizados en el mundo de la tangibilidad."
Y me respondieron esto:
"                                                                                                                                        "