sábado, 26 de febrero de 2011









Veo el mar y encuentro la paz. Veo en su fuego azul el anuncio de un devenir constante, de una ola que no quiere marcharse y se aferra con sus uñas, que son espuma, a la orilla arenosa en donde estoy sentada, contemplando el amanecer.
Me preparo para sucumbir en sus aguas. Sé que en esta ola mi mar me llevara alto. Me dejará tocar el cielo. El mismo que con sus destellos de sol me mostrará otra verdad. La nuestra, la que solo el mar y yo podemos compartir. Me caigo de la tabla, no me duele. Me subo.
Creo que llegaré alto, este mar me lo esta anunciando. Sé que quiere que siga nadando. Retrocede, no quiere herirme. Al instante siento como vuelven las uñas espumas para aferrarse aun más en la arena. Me aferro a mi tabla y me preparo para surfearla una vez más. 
Siento mi corazón latir muy fuerte, y mis ojos se achinan  para dejarle lugar a mis pómulos que se levantan detrás de una gran sonrisa. Veo la excitación del mar. Sus olas no golpean, me acarician intensamente. 
Me sacudo el cabello, subo a mi tabla. Empiezo a remar. Todo empieza a tener sentido cuando veo que las olas empiezan a buscar mi presencia. Alzándose cada vez más. Veo venir detrás del rasguño mi mayor escalera al cielo. La tomo y siento vibrar mis piernas sobre la tabla. Esta ola es interminable y me encanta. Sigo de pie hasta el final, cuando el mar me abraza. Lo veo gigante, majestuoso. 
No puedo más que dejarme llevar. La plenitud del mar me trajo de vuelta a la orilla. Lo contemplo. Soy feliz. 

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